En su apartamento en Pisa, Pietro Benati aguarda su desaparición. Según su madre, una maldición se cierne sobre su familia: tarde o temprano, todos los Benati varones cortan el cordón umbilical y Pietro —el último hijo enclenque y sin cualidades— no será una excepción. El primero fue su abuelo, que desapareció durante la guerra de Etiopía y fue repatriado al año siguiente con deshonor. El segundo fue Berto, su padre, un jugador empedernido que en 1988 volvió a casa al cabo un mes sin el dedo meñique de la mano derecha.