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Una mirada al cine de Gianni Amelio

Una mirada al cine de Gianni Amelio

Ciclo de cinema a cargo de Amilcar Nochetti

los martes de setiembre a las 19.00 horas en la Sala del Instituto Italiano de Cultura

entrada libre – con subtítulos en español

 

Martes 3 – Porte aperte, 1990, 108’

Martes 10 – Il ladro dei bambini, 1992, 114’

Martes 17 – Lamerica, 1994, 106’

Martes 24 – La stella che non c’è, 2006, 103’

 

Gianni Amelio entre el pesimismo, la esperanza y el corazón.

Gianni Amelio es un realizador particularmente valioso que tuvo su auge en los años 90, pero luego fue descartado de la cartelera montevideana. Compañero de generación de Pupi Avati, Bernardo Bertolucci y Marco Bellocchio, Amelio cultivó un perfil más bajo que el de esos colegas, quizá porque desde sus inicios fue muy diferente el camino que debió recorrer. Nació en la provincia de Catanzaro el 20 de enero de 1945, hijo de una madre quinceañera y un padre de 17 años que dejó a su familia para viajar a Argentina en busca de su propio padre, sin que nunca más se supiera nada de él. Amelio, criado por su madre y su abuela, se terminó diplomando en Filosofía en la Universidad de Messina.

Allí comenzó a interesarse por el cine: en 1966 fue asistente de Vittorio De Seta, y desde 1967 ayudante de dirección para varios westerns spaghetti. Ese mismo año inició su labor como director de TV, medio en el cual se desempeñó hasta 1985. En medio de esa labor debutó en cine en 1982 con un estupendo análisis sobre el terrorismo, Colpire al Cuore. Un segundo título valioso (I Ragazzi di Via Panisperna) proyectó a Amelio hacia sus grandes films de los 90 (Porte Aperte, Il Ladro di Bambini, Lamérica), con los que fue premiado en numerosos festivales, además de recibir varios David di Donatello y una nominación al Oscar. El director continuó por la buena senda en Cosí Ridevano, Le Chiavi di Casa, La Stella Che Non C’é e Il Primo Uomo, para caer con la comedia L’Intrepido y recuperarse en 2017 con La Tenerezza, su última película de ficción.

El cine de Amelio marca un retorno a las fuentes del neorrealismo pero con un estilo cinematográfico más moderno, enfocado hacia temas actuales como la inmigración, los conflictos generacionales, la violencia cotidiana y el desarraigo familiar. Como era dable esperar, es recurrente en su obra la ausencia de la figura paterna, y su mirada, enfocada siempre al corazón, deambula desde el pesimismo hacia la esperanza de un futuro mejor.

 

Porte Aperte (Puertas abiertas), Italia 1990. Con Gian María Volontè, Ennio Fantastichini, Renato Carpentieri. Duración: 108 minutos.

El escritor siciliano Leonardo Sciascia, investigador del tema de la mafia y el crimen político, desarrolló una serie de crónicas detectivescas basadas en su indagación del frondoso archivo de “la muerte siciliana”. Puertas abiertas es un cine de cámara de tono intimista. Porque aunque lo que relata el film es el proceso de inculpación de un triple asesinato en 1937, la forma en que lo hace atiende al ritmo subjetivo de dudas y revelaciones que ese proceso produce en uno de los jueces. La instancia legal es el detonante del afianzamiento de la conciencia ética del juez y de uno de los jurados en épocas del fascismo. Tanto el asesino como el juez son peligrosos para el régimen: “No estoy loco, soy peligroso”, dice el asesino, “y usted también tiene ideas peligrosas”, le advierte al juez, que no se conforma con la confesión e intenta sacar a luz la verdad en una época donde todo era ocultamiento, corporativismo y corrupción.

Ordenando el relato en acciones y personajes definidos, Amelio coloca al fascismo en un plano secundario pero genérico, y logra hechizar mediante un film austero y a la vez suntuoso en la reproducción del Palermo de los años 30. Es además una afirmación de una postura ética en años fanáticos, construida por el engarce de módulos narrativos que van de la sala del juicio a la toma de conciencia del juez en su vida cotidiana.

Para arribar a buen puerto, Amelio contó con un fabuloso as en la manga. Decir que Gian María Volontè es un gran actor resulta obvio: el asunto es asistir al trabajo que hace sobre su personaje, hasta proporcionarle total autonomía. Delgadísimo, elegante, manteniendo en un discreto claroscuro su desolación de viudo padre de una niña, Volontè camina por Palermo, asiste en sala a la incierta develación de la verdad, habla con el agricultor elegido como uno de los jurados en un intercambio bello y pausado de amistoso reconocimiento de los valores humanos. Allí lo más bello de la raza humana se muestra con serenidad. Leyendo a Dostoievski el juez cree haber salvado a un hombre: “Un libro sirvió para salvar una vida”, dice, ¿y quién puede resistirse a esa elemental certeza en tiempos tan difíciles? Aunque la realidad no siempre coincida con la verdad…

 

Il Ladro di Bambini (El ladrón de niños), Italia 1992. Con Enrico Lo Verso, Valentina Scalici, Giuseppe Ieracitano. Duración: 114 minutos.

Fácil pensar en Vittorio De Sica y en los bríos de aquel viejo neorrealismo que cada tanto resucita, adaptándose a los años y encontrando nuevos temas, nuevas voces, nuevas miradas. Fácil también pensar en asociación por oposición: este film de Gianni Amelio es entre otras cosas la crónica de un intento de salvación, pero no como se muestra habitualmente en Hollywood, sino como una mini salvación, que es un anti espectáculo además. Aquí no hay grandes escenas ni picos emocionales que funcionen como alivio porque la emoción viene empapada de reflexión, de inquietud, incluso hasta de incomodidad.

Una niña prostituida por la madre a los once años; un hermano humillado que se refugia en un silencio casi autista; dos retratos de chiquilines como hacía años no se veía en el cine, con enorme pudor, mucha paciencia en el acercamiento, en ir descubriendo bajo la aparente soltura de la bambina y la oscuridad del ragazzo a dos cachorros lastimados hasta el hueso. La misma paciencia y similar mesura tiene Amelio para enlazar la compasión hacia los niños del joven carabinero calabrés, y hacer nacer desde allí un hondo sentimiento de ternura y solidaridad. Niños desconfiados, paisajes deprimentes, gente que zafa y gente que acusa por burocrática dureza o por maldad lisa y llana.

Nadie discursea en el film. Todo en él es elipsis, como cuando el niño mira desde el techo al carabinero encontrarse con su abuela. Poco después se ve a esa misma anciana enseñando al niño fotografías del carabinero cuando tenía su edad, como si por la foto ese pibe arrinconado por la vida hallara a un igual, marcando así el punto de encuentro definitivo en la relación entre ambos. Es cierto que este es un film de fluir alargado. Eso es porque su tempo juega a ser real, cuando parece que nada sucede y sólo se acumulan mínimos datos para entender y reflexionar lo que se ve. Es esa mirada paciente la que deja correr el drama de desamparo en toda su aterradora dimensión, como cuando la explotación sexual de la niña se muestra mediante un bracito infantil, una mano de hombre y una voz masculina. Sobre un tema muy áspero, un film pudoroso que da para pensar mucho.

 

Lamerica (Lamerica), Italia 1994. Con Enrico Lo Verso, Michele Placido, Piro Milkani. Duración: 116 minutos.

En esta película la trama se desarrolla desde dos puntos de vista, teniendo como tema el espíritu aventurero del hombre. En el primero se puede apreciar el que poseen dos empresarios italianos (Enrico Lo Verso, Michele Plácido), que compran por poco dinero una fábrica de zapatos en Albania, para cuya instalación las leyes exigen un socio del país. En el segundo punto de vista se puede apreciar a un viejo soldado italiano que desea arribar a la América. Es decir: los empresarios italianos intentan afincarse en Albania para desarrollar un proyecto económico, mientras que el viejo soldado ve en ellos su boleto de partida para llegar a la tierra prometida.

Amelio plantea una división entre el mundo globalizado de finales del siglo 20 y el mundo moderno de mediados de siglo. La primera sociedad que se pone en marcha la constituyen los empresarios y el viejo, utilizado como testaferro para fundar la empresa. En el momento que se descubre la estafa los empresarios intentan deshacerse del testaferro mediante el viejo estilo de producción industrial, es decir: una vez usado el producto hay que tirarlo, simbología clara que expone la crueldad con la que opera el capital financiero en cualquier parte del mundo.

La segunda sociedad es más compleja, y tiene como escenario la historia de Italia. El viejo quiere partir hacia la América, y las simbologías continúan en el episodio del viaje en barco, que refleja con veinte años de antelación el estado del problema migratorio en Europa. Ese buque donde viajan el viejo y el empresario que vuelve a Italia es tomado por asalto por unos emigrantes albaneses, con lo cual el episodio condensa la Historia, y de esa forma queda claro que los albaneses viajan al futuro, el viejo al pasado y el empresario al presente. Mediante esa metáfora Amelio propone la unión de dos Italias, la del hambre y el terror de la posguerra, y la de la prosperidad económica de 1994. De paso muestra cómo la voluntad, la solidaridad, la fraternidad y la confianza están por encima de cualquier interés individual, y deberían constituirse en función del interés colectivo.

 

La Stella Che Non C’è (La estrella que no es), Italia 2006. Con Sergio Castellitto, Tai Ling. Duración: 103 minutos.

Es difícil encontrar en los días que corren un retrato equilibrado de la China moderna. Esta película muestra un país plagado de contrastes: socialista y capitalista a la vez, lleno de sabiduría y al mismo tiempo víctima de una enorme ignorancia sobre todo lo que no sea su ombligo, dueño de una serenidad excepcional relacionada con su antigua filosofía pero poseído de una convulsión difícil de soportar en ocasiones. Amelio muestra aquí el horror y el amor que puede sentir un extranjero que se encuentra en ese universo oriental, sin preparación alguna.

Lo mejor del film es la relación entre ese italiano que se mete en la entraña de la China trabajadora del Oeste y su traductora, mujer a la que ofendió al conocer, y que es deudora y víctima de lo mejor y lo peor que puede dar hoy al mundo la cultura china: paciente, discreta, dueña de mucha dignidad y un delicado sentido del humor, pero también víctima de un sistema económico inhumano, y marginada (a causa de su maternidad fuera del matrimonio) por una sociedad que en su intolerancia une la más rígida norma confuciana con el rechazable puritanismo del estado socialista. Por su lado, el italiano representa lo más luminoso y oscuro de la vieja Europa: apasionado, guiado por un inquebrantable sentido del deber individual, lleno de un pundonor que le permite estar en pie pese a ser un perdedor, pero víctima a su vez de la soledad y de ese irónico desencanto al que nos ha llevado en Occidente el excesivo individualismo de la vida actual.

¿Cómo condenar en bloque a una civilización como la china? ¿Y cómo idealizarla negando que existe un lado oscurísimo en ella? Lo mismo debe aplicarse a Occidente: ¿quién sino nosotros hemos llevado por el mundo lo mejor y lo peor de nuestra manera de ver las cosas? Amelio retrata a una mujer y un hombre para decirnos que el ser humano es igual en todas partes, y basta querer entenderse para conseguirlo, aunque a veces la buena voluntad necesaria para lograrlo parezca excesiva. Esta película intenta indicar un camino a seguir para el entendimiento cabal entre las personas. No es un film que llama a juzgar, sino a contemplar, reflexionar y saber un poco más de aquellos que nos parecen tan lejanos y diferentes.